Y cuando bailo
- Ivonne Casado
- 2 ago 2016
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 23 abr

"La música es un viento que se lleva los años, los recuerdos y el temor."
"Golpeo el suelo con las plantas de los pies y la vida me sube por las piernas, me recorre el esqueleto, se apodera de mí, me quita la desazón y me endulza la memoria."
"Baila, baila, Zarité, porque esclavo que baila es libre… mientras baila… Yo he bailado siempre."
(Extractos de La isla bajo el mar de Isabel Allende)
Empiezo con estas palabras que tomo prestadas de Isabel Allende porque, de alguna manera, explican esa sensación de libertad que siento al bailar. Y cuando hablo de bailar no solo me refiero al acto físico que conocemos, al compás de la música, aunque también, porque bailar así me libera, me remueve por dentro, me sacude emociones y me permite transformar sensaciones con cada movimiento. Ese baile que puede ser una conversación con el cuerpo, a solas o con alguien que logra conectarse contigo de mil formas posibles, haciendo del movimiento un lenguaje compartido.
Sin embargo, no hablo solo de ese baile visible, sino también de aquel que llevamos dentro: el que sucede en nuestra alma cuando algo nos toca profundamente. Es ese baile que se desata cuando una canción nos eleva, nos traslada y, a veces, nos permite incluso salir de la realidad que estamos viviendo. Una melodía puede llevarme de las lágrimas a la euforia máxima. No puedo escuchar la Sonata Claro de Luna de Beethoven sin sentir una tristeza infinita en mi interior. De la misma forma, una guitarra flamenca me enciende la sangre, un chelo eriza mi piel, y el Concierto para piano n.º 5 (también de Beethoven) me atraviesa con todos los matices posibles: los altos y bajos me hacen vibrar en cada compás, uniendo cuerpo y alma en perfecta sintonía.
Algunas letras y voces tienen la capacidad de robarme pensamientos que no he podido expresar, y dependiendo del ánimo del día, una canción puede ser la diferencia entre recordar con una sonrisa o permitir que esa sonrisa dé lugar a una nueva ilusión. ¡Ay, cómo todo esto puede convertirse en un baile dentro de mí! Sin necesidad de mover los pies, la música libera mis emociones y me recuerda que estoy viva.
Pero no es solo la música. También bailo cuando leo. Las palabras de otros cobran vida dentro de mí, como si saltaran del papel para invitarme a danzar. Siento esto cuando releo las citas de El Principito de Antoine de Saint-Exupéry, que me enseñan una y otra vez que domesticar vale la pena, incluso si eso implica llorar un poco. O cuando me sumerjo en las novelas de Haruki Murakami o Isabel Allende, convirtiéndome en protagonista de cada historia, recreando sus mundos en mi imaginación y dejando que mi interior se mueva al ritmo de sus relatos.
Lo mismo ocurre con los textos de Ricardo Silva Romero, que, aun en medio de historias cargadas de altibajos, me hacen soñar con tener, algún día, una conversación que me dure toda la vida, como la de Benjamín y Martina. Y qué decir de mis personajes literarios favoritos: cuando leo a Fermina Daza, sé con certeza que hay un Florentino Ariza esperando por mí. Porque, aunque muchos piensen que El amor en los tiempos del cólera murió con García Márquez, para mí sigue siendo un baile eterno en mi biblioteca.
A veces, incluso una fotografía puede hacerme bailar. Hace unos días vi una imagen de Mauricio Montoya (@montoya_pht en Instagram) que me arrugó el corazón. Era un baile triste, una danza de emociones encontradas: tristeza por lo que la imagen me transmitía y, al mismo tiempo, admiración por la fuerza de una sola captura. Pero también hay colores y cuadros que alegran mi interior, haciéndome sentir literalmente cómo mi corazón baila.
Hoy fue un día que puedo describir como un gran baile. Desde que desperté, me moví al ritmo de la vida, agradeciendo lo que soy y lo que tengo por dar. Durante todo el día sentí el impulso de no detenerme, de llevar este baile interno a cada lugar al que voy. Algo en mi interior me repite: nunca dejes de bailar.
Porque, como dice Allende, "esclavo que baila es libre, mientras baila".
Y yo no quiero dejar de bailar jamás.
La vida es una fiesta, y yo quiero bailar en ella para siempre.
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