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Flower Power

  • Foto del escritor: Ivonne Casado
    Ivonne Casado
  • 21 abr 2020
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 10 abr


Esta foto puede tener unos cuantos años (no más de 4...), pero pienso que hoy refleja muchas de mis emociones.


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Desde que tengo uso de razón, he sido una enamorada de las flores. Las he dibujado, pintado, fotografiado, y arreglado en mi casa.


Amo la mezcla de colores que poseen, sus aromas, cómo pueden ser hermosas aun estando cerradas y, al abrirse, muestran todo su esplendor. Adoro su fragilidad, la suavidad de sus pétalos al tacto, pero también reconozco que muchas de ellas pueden herir con sus espinas o incluso con el veneno que guardan.


Hace unos días, durante una conferencia laboral sobre mi participación en uno de los comités de Diversidad e Inclusión, uno de los participantes comentó que esas reuniones eran como un Flower Power Girl. Al principio, este comentario me dejó pensando. Pero hoy, después de más de un mes trabajando desde casa como líder de una organización que sirve a más de 200 empleados, sumado a mi rol de mamá de dos adolescentes y coordinadora de mi hogar, me doy cuenta de que esa observación, lejos de ser superficial, me ha dado más fortaleza y resiliencia.


Hoy, mis flores cobran más valor que nunca.


Las flores, desde tiempos antiguos, han estado llenas de simbología: asociadas con lo femenino, la belleza, la juventud, la perfección. Han tenido fines curativos, han sido protagonistas en rituales, matrimonios, bautizos, funerales y tantas otras celebraciones. Incluso se usaron como una forma de comunicación secreta, enviando mensajes a través de su lenguaje. Sus colores y aromas tienen un poder especial, ejerciendo efectos emocionales y esparciendo energía en quienes las rodean.


¿Cuántos de nosotros no hemos asociado una flor de loto con el renacer tras momentos difíciles, la flor de lis con escudos heráldicos, los nardos con las novias en su camino al altar, o los claveles con el Día de San Valentín?


Las flores están entretejidas con nuestra historia, nuestras emociones y nuestras luchas. Pero hoy quiero ir más allá de su simbolismo. Durante estas semanas, me he conectado con su vitalidad y con cómo han sido parte de luchas sociales y defensas de derechos. En los años 60, hombres y mujeres por igual las pintaban en camisetas y vehículos, usándolas como un símbolo de paz y unión. Frida Kahlo, con su inconfundible estilo, las llevaba en su atuendo, aun cuando su obra reflejaba el dolor que habitaba en su alma. Desde esa conexión con la fuerza de las flores, escribo estas palabras.


Hoy me siento orgullosa de ser mujer. De ser parte de ese ser femenino que, sin dejar de lado su esencia —sus colores, aromas, faldas, aretes—, puede liderar grandes organizaciones. Desde nuestra feminidad, aportamos competencias únicas: la coordinación de acciones, la paciencia para formar profesionales, el ingenio y la creatividad para resolver problemas, la capacidad de escucha y consuelo en momentos difíciles, y la sensibilidad para cerrar grandes negociaciones.


Somos parte de un mundo empresarial que, hasta hace no mucho, estaba reservado para los hombres. Y aunque aún tenemos mucho que aprender de ellos, también tenemos tanto que aportar. En este momento de cambio, en el que el mundo nos ha empujado a transformarnos a la fuerza, las mujeres tenemos una oportunidad invaluable de servir desde nuestra esencia femenina en cada campo de la sociedad.


Por todo esto, sonrío y concluyo: sí, creo en este Flower Power. Creo en la fuerza y vitalidad que me llenan y que me permiten servir a los demás como mujer, mamá, artista, hermana, hija, trabajadora, amiga y líder. Y algo en lo que creo profundamente, lo tomo de una frase que leí alguna vez:


"Las flores no nacen para ser hermosas, simplemente son."






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