top of page
Logos hotmart_Mesa de trabajo 1 copia.png

¿Y si cambiamos los tacones por un día?

  • Foto del escritor: Ivonne Casado
    Ivonne Casado
  • 15 oct 2015
  • 3 Min. de lectura
ree

Hoy es uno de esos días en los que, al llegar la noche y meterme en mi cama, siento la necesidad de compartir lo vivido. Un día en el que la energía se mantuvo alta, donde a cada uno de los roles que desempeño como mamá, mujer, hija, trabajadora y amiga les dediqué tiempo, sin pretender ser la "mujer perfecta". Porque ya sabemos que lo importante no es ser impecable en todo, sino dar lo mejor de lo que somos y tenemos.


El día comenzó a las 5 a.m. (hoy sin ejercicio, y sin culpas). Empezó con un delicioso arrunchis con mi hija, que salta a mi cama cada mañana para abrazarnos durante diez minutos antes de iniciar su rutina de baño y alistamiento para el colegio. Luego, recibí otro "bultico" mayor, mi hijo, para otros diez minutos de amor. Así comenzó la jornada: entre abrazos, desayunos y preparativos, listos para ir al colegio de mi hijo, donde tenía una reunión de padres antes de las 7 a.m. (cabe mencionar que ayer tuve una reunión similar a la misma hora, pero en el colegio de mi hija).


Después de salir corriendo, tuve que dejar el carro en un parqueadero distante debido al tráfico. Fue entonces cuando decidí cambiarme los tacones por unos tenis que siempre llevo "por si acaso". Caminé varias cuadras hasta llegar corriendo a una visita con un cliente y, ¡oh, sorpresa! Al buscar en la bolsa mis tacones para complementar mi atuendo de trabajo, solo encontré una bota. La otra, seguramente, quedó en el carro. Sin tiempo para regresar, entré a la reunión vestida profesionalmente pero con tenis. Di las explicaciones del caso; menos mal, eran dos extranjeros, uno de ellos un argentino muy bien vestido que seguramente me vio de forma extraña. Al final, la reunión fue productiva, y debo confesar que disfruté volver a caminar hasta el carro con mis tenis. Ahí estaba la otra bota, esperándome.


La jornada continuó. Conduje hasta el centro de la ciudad para otra reunión. Aunque deseaba quedarme en los tenis, cambié a las botas de tacón. Tras la reunión, un sándwich a la carrera y de nuevo al norte para otra cita con clientes. Esta vez, no tan refinados como el argentino de la mañana, pero igual fue una reunión provechosa. Al terminar el día laboral, decidí no mover el carro del parqueadero y caminar de nuevo en mis tenis hasta Starbucks. Me encontré con un amigo, quien también me miró curioso por mi atuendo, pero bastaron tres palabras para explicarlo. Mientras conversábamos y tomábamos café, atendí una llamada de mi jefe para discutir algunos temas importantes. Después, salí apurada para recoger a mi hijo en su entrenamiento de fútbol, como hago dos veces a la semana.


Al llegar a casa, mi hija, con su encanto, abrió la puerta y me dijo: "Mami, pareces una niña de 13 años con esa pinta en tenis. ¿Así fuiste a trabajar hoy?". Me encontré respondiéndole: "Hija, ¡ojalá pudiera trabajar así todos los días!".


Hoy, al acostarme, después de revisar tareas, asegurarme de que mi hijo se bañara (nadie imagina el olor que trae después de dos horas de fútbol), y darles a ambos el beso de buenas noches, me detengo a reflexionar. ¿Cuánta capacidad tenemos las mujeres? ¿Cuánta energía podemos generar para, en un solo día, manejar reuniones de trabajo y del colegio, hablar con nuestros hijos, tomar un café, atender llamadas laborales, servir de chofer, lidiar con el tráfico, gestionar clientes y aún tener tiempo para llamar a mamá y preguntar cómo va su viaje? Ahora miro mis pies, cansados pero satisfechos, y pienso: ¿cómo habría logrado todo esto sin los tenis puestos?


Cada día trae sus propios "tenis", que nos ayudan a correr, frenar, reflexionar y movernos tanto física como emocionalmente. Como mujer, dueña de estos tacones (hoy tenis que me hacen mujer), de estos pañales (hoy fútbol, tareas, besos, abrazos y consejos que me hacen madre) y de estos comités (hoy mi sustento y el de mis hijos), me permito gritar por cada una de nosotras. Porque desde nuestro rol femenino, sin imitar modelos masculinos, enfrentamos el mundo con competencias que nacen del corazón. Estas mismas habilidades nos permiten negociar en la oficina, cumplir múltiples tareas, sonreír siempre y, al final del día, sentirnos plenas.


Hoy, antes de dormir, escribo estas palabras para recordarnos —a mí y a todas nosotras— que somos capaces de todo. Porque a veces, en medio de la rutina, olvidamos reconocernos.


Y sí, cambiemos los tacones por un día... porque a veces, eso también nos hace brillar.





Comentarios


bottom of page