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Porque siempre podemos sonreír

  • Foto del escritor: Ivonne Casado
    Ivonne Casado
  • 11 abr 2016
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 23 abr


Hay semanas que te revuelven las emociones.


Que te dan los momentos más felices, pero también aquellos que ponen a prueba tu fe y tu ánimo.


Una semana donde las enfermedades de tus seres queridos te mantienen en vilo: unos jóvenes que te muestran todo lo que hay por delante, otros no tan jóvenes, pero con mucho aún por dar, por cambiar, por vivir.


Y mis pequeños, al mismo tiempo, con gripa, llevándome desde el Dolex, pasando por jarabe de tos, medicamentos homeopáticos, hasta los masajitos de Vick VapoRub que, sin falta, siempre funcionan.


Una semana con la agenda laboral a reventar, con temas de seguimiento en medio de esta economía que nos lleva a preocuparnos, pero también con grandes retos que estimulan el intelecto y nos llenan de motivación.


Aun así, nos hacen pensar en ese tan deseado equilibrio entre lo laboral y lo personal, más aún cuando sabes que eres el único centro en la vida de tus hijos, después de la muerte de su papá. Y así, las emociones suben y bajan mientras continúas con este reto femenino, en el que creo profundamente que, cuando actuamos desde lo que sentimos, todo fluye. Y aunque no podemos tener 10 en todo, sí podemos lograr en la mayoría del tiempo un equilibrio sin tantas variaciones.


Una semana que, además de vivirla al límite de preocupaciones, me lleva a cuestionarme y entristecerme el corazón. Vulnerar las emociones y las esperanzas de un nuevo futuro me permite, incluso, dejar que las lágrimas, como exploradoras, recorran el pasado, el presente y el futuro. Al caer, siento que limpian y liberan.


Y bueno… una semana que, sin importar la validez de todas esas emociones, exige de mí estar fuerte: para mí, para mis hijos, para mi familia. Entonces aflora también esa sensación de querer ser débil, de poder huir por un rato y desprenderme de ese yo “responsable” que aparentemente tiene todo bajo control, pero que, en realidad, vive otra realidad.


Y es ahí donde debo estar.


En esa realidad en la que, está bien estar triste, porque tus hijos lo entienden, y aprenden que la tristeza también se supera.

En esa realidad en la que, el sentir todo ese revuelo de emociones nos permite valorar lo que tenemos, y ser agradecidos por ello.

En esa realidad en la que, nos damos cuenta de que Dios siempre nos habla de mil formas, y lo encontramos en el abrazo no buscado, en la sonrisa de nuestros hijos, en esas palabras que no esperábamos recibir, que llegan del pasado pero se hacen presentes, en el cariño de quienes nos quieren y nos valoran, en esas personas que aparecen sin esperarlas y nos dejan una luz a través de una conversación espontánea, de un gesto que, en otro momento, podría haber sido desconocido.


Y en esa realidad, por más oscuro que veamos algunos momentos, sabemos que la luz está dentro de nosotros.


Porque aunque haya lágrimas en nuestros ojos, siempre, siempre podemos sonreír.



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