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Viajar Vestida de Mi

  • Foto del escritor: Ivonne Casado
    Ivonne Casado
  • 23 sept
  • 2 Min. de lectura

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Hacer una maleta nunca es solo elegir ropa o doblarla. Para mi es un ritual silencioso que me recuerda lo que decido llevar y lo que dejo atrás.


Cada vez que salgo de casa, me pregunto si realmente estoy empacando lo esencial, o si lo más importante nunca cabe entre zapatos y vestidos.


Con los años he comprendido que hay cosas que no se empacan: la voz que me nombra incluso cuando callo, la memoria que se enciende en los lugares más inesperados, la intuición que me guía. Ésas viajan conmigo aunque no pesen, aunque nadie las vea, así como también aquellos vestidos invisibles que no abandono por más fronteras que cruce.


Las capas de historia, de heridas y de aprendizajes, que me recuerdan que no importa dónde esté: sigo siendo yo. Algunas veces esos vestidos pesan demasiado; otras, se transforman en alas ligeras que me sostienen.


Viajar es también un acto de despojo. Cada ciudad, cada rostro, cada territorio nuevo me muestra con claridad qué me sobra y qué necesito conservar. Lo externo se convierte en espejo: me revela si sigo cargando lo que ya no me representa o si, poco a poco, he aprendido a vestirme de lo esencial.


Últimamente me acompaña una frase, que desde que la aprendí en esta busqueda por aquello que no se vé, resuena en mí como una oración:


“En todas las cosas, grandes y pequeñas, veo la belleza de la expresión divina.”


La repito cuando contemplo un atardecer, pero también cuando me siento en silencio en un aeropuerto, rodeada de voces que no entiendo.

La recuerdo cuando una sonrisa se cruza en mi camino y cuando una ausencia me pesa en el corazón.


Porque viajar me enseña que la belleza no está solo en lo extraordinario, sino en lo simple: en los gestos cotidianos, en el aroma de un café compartido, en las canciones que nos llevan a movernos.


Al final, más que lo que visito afuera, me encuentro a mí misma en cada lugar.


Viajar vestida de mí es recordar que la verdadera maleta está hecha de memorias invisibles y de la certeza de que la divinidad se expresa en todo lo que toco, lo que miro y lo que siento.


Y que cada paso, lejos o cerca, me invita a reconocerme, una y otra vez, en el territorio más íntimo: mi propia esencia.

 
 
 

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