Lo que queda en mí
- Ivonne Casado
- 21 jul 2021
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 10 abr

Desde hace algunos años, en todo mi proceso de observar mi interior, escuchar mi corazón, mis emociones y así conocerme, sentirme, perdonarme, aceptarme y reconocerme otra vez, he hecho muchos ejercicios y muchos de ellos me han llevado a mi niñez, a mis sitios favoritos, a mis juegos favoritos, a mis recuerdos de felicidad, de seguridad, de ternura, de plenitud.
En casi todos ellos, vuelvo a mi niñez, a orillas del Río Magdalena, a un pueblo macondiano, protagonista de "La Piragua" de José Barros, a mi Banco, a una casa al frente de un parque. Una casa que, aunque pudiera estar a 40 grados afuera, tenía dentro el mejor clima del mundo. Allí pasé momentos de felicidad, allí soñaba estar cada período de vacaciones, y allí, durante muchos años, corría cada fin de semana a dormir y estar con mis abuelitos.

En esa casa me refugiaba en medio de historias increíbles, en la que hasta hoy recuerdo como la biblioteca más grande de todas. Ahí aprendí, al lado de mi abuelita, a forrar libros, a hacer origami, a tejer en crochet. Hicimos juntas muchas muñecas de trapo, cosimos vestidos para las muñecas, hicimos torta de piña, helados de leche con vainilla, y resolvimos miles y miles de crucigramas con su memoria prodigiosa. Veíamos junto al abuelo "Los Magníficos" cada viernes en la noche y, si tenía miedo, no había mejor lugar para dormir que en una colchoneta al lado de ellos. No sin antes perseguir a mi abuelito por toda la casa, porque sabía que, antes de ir a la cama, él robaría de la cocina un pedazo de torta, de panelitas de leche, de cocadas, y estar a su lado garantizaba que un pedazo llegara a mi boca como un gran tesoro.
Siendo niña, sentía que esa casa era el lugar más seguro del mundo, que mi abuelito era el hombre más fuerte del universo. Cada vez que lo veía, en medio del sudor, lograr hacer prender una planta eléctrica, girando una manivela que requería mucha fuerza, me parecía un superhéroe. Además, como médico, salvaba a tantas personas con sus superpoderes, y por eso se hacían filas larguísimas a la puerta de su consultorio cada día.
Y sin decir que podía pedirle muchas cosas que siempre lograba cumplir. Ese lugar era tan seguro que, además de tener al abuelo más fuerte, encontraba en mi abuelita protección contra cualquier daño: papa rallada para los golpes, tomate con azúcar para las aftas de la boca. Me peinaba por horas, sacaba una a una las espinas de los pescados que luego yo comería, hacía los mejores masajes en las piernas y los pies. Podría escribir sin terminar todos sus cuidados, y es así como esa seguridad y protección llegaron conmigo hasta hoy y estoy segura de que seguirán por siempre.
En el 2012, ese hombre poderoso y fuerte, que siempre me daba su protección y su brazo, con el cual caminé al altar, se fue, y me dejó una gran tristeza, pero una gratitud infinita por haberlo tenido para mí durante 38 años, habiéndolo graduado de abuelo y que pudo abrazar a sus bisnietos por 8 y 6 años.
Hoy, 10 de julio de 2021, hace unas horas, con 93 años, se marchó ella, la amorosa y cariñosa abuelita que estuvo a mi lado por casi 47 años. Hasta hace unos días, cuando pudimos hablar, siempre recordó nuestras historias y me las repetía una y otra vez. No hubo una sola vez que no sonriera a mi lado y no me siguiera consintiendo como si aún fuera una pequeña niña. Hoy se fue mi otro pilar de esa seguridad y ternura forjados en mí desde ese amor de abuelos.
Hoy es un día que no sé explicar en mi corazón, un día donde me siento completamente afortunada de haber recibido este amor durante casi 47 años, y que mis hijos de 15 y 16 también alcanzaron a disfrutar. Hoy mi corazón se hincha de gratitud por su legado, que espero seguir dejando en mis hijos y que ellos dejen en los suyos. Pero, al mismo tiempo, siento un vacío inmenso y una tristeza infinita al saber que físicamente no la veré más, que no la podré abrazar. Siento rabia también de que, en medio de esta coyuntura, no haya podido volar a verla hace unas semanas y ahora no pueda estar al lado de mi papá, tíos y familia, abrazándonos en su nombre.

Te vas, mi abuelita de cuentos, mi compañera de juegos e historias… Te vas de nuestra presencia física, pero vivirás para siempre en mí, en tus bisnietos y en nuestra descendencia.
Hoy el abuelito bigotes está bailando, como lo ha sabido hacer siempre, al saber que llegas a su lado y que nos volveremos a encontrar.
Te amé desde que nací, lo he hecho por 46 años y seguirá mi amor hasta la eternidad…
Comments